Tracking del guante de Michael jackson

White Glove Tracking fue un proyecto colectivo realizado en el año 2007 en donde se obtuvo el trackeo del mítico guante durante la performance en vivo de Billy Jean ( 10.060 frames) en solo 72 hs .
Luego con esa data se generaron distintas visualizaciones que hoy se pueden ver en la galería online.

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De dónde venimos... ¿a dónde vamos?

La evolución de los celulares ha sido un largo camino de investigación y desarrollo de tecnología de punta.

Desde las primeras valijas, pasando por los mastodontes que eran los primeros movicones, hoy los celulares son equiparables a compus de mano que permiten una conexión permanente con el mundo exterior, desde los modelos más sencillos a través de los mensajes de texto, hasta los más sofisticados con múltiples funciones.

¿Cómo sería vivir sin celular? ¿Cuántas de nuestras costumbres más arraigadas se verían modificadas por esto? Un recorrido visual por el largo camino que recorrieron los celulares para ser lo que soy hoy, y para convertirse en valiosas herramientas que han modificado nuestra vida laboral y social.

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Prometheus: el futuro de los medios


El video es una manera interesante de mostrar cómo será el futuro dentro de algunos años, donde los medios tradicionales pierden su existencia y aparece el internet como nuevo medio controlador de toda la información del mundo. Todo se realizara mediante la web y los espacios pasaran a ser más virtuales que reales. Donde se podrá leer cualquier cosa producida por los “prosumer”.
Definitivamente un mundo nuevo en donde las empresas que dominen el mercado serán Google y Amazon, un nueva forma de compartir experiencias y sensaciones en memorias que se podrán adquirir en el mercado, lugares y visitas virtuales a todos los lugares más conocidos del mundo a través de la pantalla de la computadora: todo ello a través de la web.
Sin duda el futuro visto de esta manera me parece escalofriante pero de alguna manera refleja lo que podría ser en realidad.
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Poshumanos en el cine


El término ciborg, contracción lingüística de las voces inglesas cybernetic y organism, remite a un ser humano cuyo organismo ha sido sometido a un proceso de invasión tecnológica que le ha permitido, en algún sentido, superar las barreras biológicas, físicas y mentales de su propia naturaleza. Se trata de un ser originalmente humano que ha comenzado a adquirir atributos y propiedades antes reservadas a las máquinas, y se ha acercado a los productos de su propia tecnología. El ciborg es una entidad de naturaleza mixta, una criatura híbrida del imaginario cultural ubicada a mitad de camino entre la biología y la tecnología, hecha de máquina y humano, de carne y metal, de carbono y silicio, de genes y código binario.

La mitología cinematográfica asociada al imaginario ciborg nace tímidamente en 1935 en el filme "Las Manos de Orlac" (Stephen Orlac es un pianista impelido a actuar criminalmente por el influjo de las manos biológicas de un asesino que son implantadas quirúrgicamente en su organismo), continúa su rumbo en 1958 en "El coloso de Nueva York" (el cerebro de Jeremy Spenser, un prestigioso científico muerto en un accidente automovilístico, es insertado en un enorme cuerpo mecánico que opera como extensión física de sus capacidades mentales) y alcanza cierta madurez en 1964 en el filme "Dr. Strangelove" (el doctor Strangelove, ex científico nazi y asesor del presidente norteamericano, no logra controlar el impulso de un brazo mecánico implantado en su cuerpo que revela sus intenciones fascistas). Estos primeros filmes, limitados por la técnica pero prematuros en conceptos, reflejan desde el origen los miedos y fantasías asociados a la inclusión de extensiones artificiales en el organismo, y preparan de forma primitiva el imaginario vinculado a estas nuevas posibilidades técnicas.

A partir de la década de 1970, el avance tecnocientífico promueve una expansión de esta tendencia narrativa, que se consolida con la aparición de dos filmes paradigmáticos del imaginario ciborg: "Robocop", de 1987, y "El cortador de césped", de 1992. En el primero, el organismo de Murphy, un oficial del Departamento de Policía de Los Angeles asesinado por un grupo de criminales, es destinado a un proyecto científico de restauración estética y funcional que lo reanima en la forma de un hombre-máquina, Robocop, un organismo cibernético, ser de carne y hueso revestido por un enorme caparazón metálico, con piernas y brazos protésicos, un servo-policía corregido y potenciado en sus funciones de vigilancia y control del crimen. Comprometido profundamente en sus funciones corporales, es un personaje que instaura una modalidad de intromisión tecnológica innovadora, que rompe de raíz con el imaginario precedente. Tal es el grado de fusión entre tecnología y organismo biológico, que sus funciones psíquicas se ven comprometidas por los agregados electrónicos.

"El cortador de césped", basado en una novela de Stephen King, presenta a Jobe, joven con cierto retraso mental, transformado en ser de inteligencia superior merced al uso de la realidad virtual, que deviene poshumano, consumando así un sueño de la filosofía transhumanista: liberado de las ataduras físicas de su cuerpo, Jobe descarga el contenido de su mente a la red mundial de computadoras, expandiéndose en Internet como un virus informático.

Este giro temático coincide con la transición conceptual entre el ciborg, y el poshumano. El filme de Leonard Brett de 1992 abre la puerta a la invasión definitiva de la mente en manos de la tecnología. Ese mismo año, se estrenan dos filmes que intensifican esta preeminencia de lo mental: "Soldado universal" (Luke-GR44 es un soldado potenciado por tecnologías invisibles, instaladas a un nivel genético); y "El vengador del futuro" (Douglas Quaid es objeto de manipulaciones cerebrales que alteran su memoria y sus capacidades cognitivas presentándole como real un entorno ficticio).

Siete años más tarde, la fusión absoluta entre mente y tecnología alcanza un nivel cualitativamente nuevo en el famoso filme de los hermanos Wachowski, "Matrix": un mundo regido por una raza de máquinas dotadas de inteligencia artificial, que conecta a los seres humanos a decenas de cables que absorben su energía desde el nacimiento, y cuyas mentes son descargadas y transportadas a un mundo generado por ordenador.

Nacidos en las primeras décadas del siglo XX y potenciados a partir de la década de 1970 por la irrupción de las Tecnologías de la Información y la Comunicación, los personajes de esta rama de la ficción científica son exponentes arquetípicos de los seres y criaturas artificiales de la mitología contemporánea vinculada a la fusión del hombre con sus productos tecnológicos. Reflejan las posibilidades expresivas del imaginario cultural que se construye alrededor de esta temática, basado en la idea de que el desarrollo tecnológico permitirá, en un futuro no muy lejano, el surgimiento de nuevas formas de vida, en un punto intermedio entre la biología natural y la tecnología cultural.

Santiago Koval
Autor de La condición poshumana.
Editorial Cinema
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Cerebros interconectados

Las investigaciones de Kevin Warwick (55) en inteligencia artificial, robótica e ingeniería biomédica fueron eclipsadas por la difusión que alcanzaron sus experimentos con su propio cuerpo a partir de lo que bautizó Proyecto Ciborg. Hace una década, este ingeniero inglés a cargo del área de Robótica de la Universidad de Reading, Gran Bretaña, decidió implantarse bajo la piel un chip de radiofrecuencia (RFID) para controlar objetos en forma remota. Más recientemente, el dobló la apuesta y se implantó 100 electrodos que se conectaron, a través de su brazo, a su sistema nervioso. Los experimentos –desde mover un robot hasta conectar, vía Internet, su sistema nervioso al de su esposa, que también debió someterse a un implante de menor complejidad– lo convirtieron en un celebridad.

-¿Qué implica para el ser humano el hecho de que las prótesis tiendan a expandir las posibilidades de la función o el órgano que reemplazan?

-Estas tecnologías suelen ser desarrolladas con fines terapéuticos, como un brazo robotizado para reemplazar a uno que fue amputado. Desde la ética, esto es aceptable para casi todo el mundo. Pero la misma tecnología puede usarse para darles a las personas habilidades que antes no tenían. No creo que la sociedad en general esté en contra de algo así, pero hay casos en los que podemos no estar tan seguros. Un ejemplo es el uso de ultrasonido para quienes han perdido la visión. En el caso de una persona ciega se reemplaza una carencia, pero alguien que sí puede ver contaría con una ventaja sobre el resto. Hablamos de tecnologías que ya están entre nosotros.

-¿Considera necesario establecer límites morales al uso de estas tecnologías?

-Creo que en el ámbito militar, por ejemplo, debemos estar atentos: que alguien sea capaz de disparar misiles con una orden mental sería muy peligroso, y pronto será técnicamente posible. En el futuro seremos capaces de comunicarnos a través del pensamiento mediante implantes en el cuerpo. Esta capacidad hará más poderosos a los que posean esa tecnología y quienes no accedan podrían ser considerados una especie inferior.

-¿Deberían estar disponibles una serie tecnologías que mejoran el cuerpo de unos pocos?

-Cuando aparecen nuevas tecnologías, desde autos hasta teléfonos celulares, siempre están quienes no pueden adquirirlas o no pueden comprar el último modelo. Si uno es pobre y no puede acceder a ellas, probablemente va a sentir que eso es injusto. Pero si uno tiene el dinero para comprarla, sentirá que no es justo que le digan que no puede usarla. Debemos revisar lo que ha sucedido con otras tecnologías para que estén disponibles para la mayor cantidad de gente posible.

-¿En qué medida se ha desdibujado el límite entre lo que es tecnología y lo que no en el cuerpo humano?

-Muchísimo. Ni siquiera existirá la distinción dentro de algunos años. Actualmente, mucha gente tiene tecnología implantada en su cuerpo, desde una prótesis de cadera hasta un marcapasos. Las mujeres con implantes de siliconas entran en esta categoría.

-¿Por qué comenzó a trabajar con la antropóloga Daniela Cerqui y cómo influye en su trabajo de investigación?

-Nos conocimos en una conferencia sobre filosofía y ética relacionada con el uso de implantes que pueden mejorar las capacidades cerebrales. Tuvimos, y tenemos, puntos de vista totalmente diferentes: yo desde la tecnología y ella desde la perspectiva más humana. Pero ambos respetamos el pensamiento del otro y por eso logramos trabajar juntos. Yo la veo como un pequeño diablo en mi hombro, molestándome con preguntas como: "¿por qué estás haciendo esta investigación?" o "¿cómo afectará este descubrimiento a los seres humanos?"

-¿Encuentra alguna tensión entre el desarrollo de tecnologías para el mejoramiento del cuerpo y la teoría de la evolución de Darwin?

-Creo que sí, porque las mejoras que supone convertirse en un ciborg siguen más los postulados de Lamarck que de Darwin.

-¿Qué podemos esperar del uso de prótesis, chips y otros tipos de tecnologías incorporadas al cuerpo humano en los próximos años?

-Mejoramiento de la memoria, capacidad para controlar objetos de manera remota y comunicación a través del pensamiento. Pronto será posible conectar los cerebros de dos seres humanos para que se comuniquen entre sí, mediante implantes cerebrales. Habrá gente que se manifestará en contra, pero siempre hubo gente que se opuso al cambio. Read More!

El hombre máquina

Comienza a ser realidad el transhumanismo: a partir del avance de la tecnología, el hombre introduce elementos de la máquina en su organismo para funcionar mejor, para experimentar o para compensar pérdidas. Estamos en la era del ciborg y, en esta edición, Ñ recorre el cine, la literatura y la actualidad científica para trazar el cuadro de una tendencia que puede hacer de Robocop un hecho.

Por: Bruno Massare
Fuente: Revista Ñ

Ahora comenzaba a percibir muy claramente que el objeto detrás de mí era nada más y nada menos que mi nuevo conocido, el Brevet Brigadier General John A. B. C. Smith", escribía Edgar Allan Poe en el "El hombre que se consumió" (1839). Smith no era exactamente un ser humano y el cuento se anticipaba a la ola de experimentos, hallazgos y especulaciones que se desatarían un siglo después, corporizadas en la idea de organismo cibernético, o ciborg.

Acuñada en los '60, la palabra ciborg pronto filtró los límites de las ciencias duras, se cruzó a la filosofía y a la sociología (Donna Haraway la utilizó en su reivindicación del feminismo) y se volvió un tópico recurrente de la literatura y el cine de ciencia ficción.

Lejos de ser una rareza, ¿hasta qué punto no se han convertido en ciborgs buena parte de los habitantes de este mundo? Lentes de contacto, prótesis de cadera, órganos artificiales, marcapasos, audífonos. La incorporación de tecnología para reemplazar funciones del cuerpo humano –y también para mejorarlo o embellecerlo– se vuelve tan cotidiana que apenas se reflexiona sobre el acto en sí mismo. Salvo cuando la tecnología plantea nuevos dilemas.

El director de cine canadiense Rob Spence se coloca una prótesis ocular para reemplazar su ojo perdido a los 13 años, pero con una particularidad: el nuevo ojo no le permite ver, pero sí filmar en cualquier momento que desee. ¿Qué sucede cuando Spence llega a una reunión con su ojo-cámara encendido? ¿Tiene que avisarle al resto del grupo? El cineasta ya consiguió financiamiento del National Film Board de Canadá para la realización de un documental basado en su experiencia y de su muy particular perspectiva, una suerte de "gran hermano" en la ruta.

Los casos se multiplican: el científico inglés Kevin Warwick (ver entrevista) logra implantar electrodos debajo de su piel, que se conectan a su sistema nervioso y le permiten operar un robot a distancia sin mover un dedo. La nadadora neoceolandesa Nadya Vessey, que perdió sus piernas a los 16 años, hoy puede nadar gracias a una prótesis que simula la cola de una sirena. El atleta sudafricano Oscar Pistorius intenta clasificar para las olimpíadas y aparecen las quejas de otros corredores, pese a que él carece de ambas piernas. El argumento: las prótesis que utiliza son demasiado veloces y le otorgan ventajas sobre sus competidores.

De esta forma, la tecnología de alguna manera altera el concepto de prótesis, que tiene su origen en el griego prosthesis ("cosa añadida"), desde su asimilación original de reparación artificial de la falta de un órgano o parte de él a la posibilidad de expandir las posibilidades de lo que reemplaza. Es decir, los implantes son capaces de superar la función previa y el hombre puede adquirir habilidades totalmente nuevas.

Paula Sibilia, antropóloga argentina que actualmente reside en Brasil y autora de El hombre postorgánico, analiza en su libro lo que considera como "una transformación del campo metafórico al que recurrimos para pensar el cuerpo humano y para pensarnos (y vivirnos) como eso que todavía somos: cuerpos humanos. Se trata de un proceso de 'digitalización' del mundo, de la vida, la naturaleza y el hombre". Para la autora, "hoy uno de los grandes sueños de nuestra tecnociencia es la promesa de que los 'ingenieros de la vida' puedan efectuar ajustes en los códigos informáticos que animan los organismos vivos, así como los programadores de computadoras editan los programas de software. Todas esas reconfiguraciones y redefiniciones de la naturaleza, de la vida y del ser humano tienen profundas implicancias en todos los ámbitos".

Daniela Cerqui, antropóloga de la Universidad de Lausanne, Suiza, que ha estudiado el trabajo de Kevin Warwick en su laboratorio, se pregunta sobre las implicancias y los límites a la incorporación de tecnología al cuerpo humano. "Hay gente que argumenta que siempre hemos sido ciborgs porque siempre hemos recurrido a la tecnología para solucionar problemas de nuestro cuerpo. Desde este punto de vista, no habría razones para poner límites, porque sería algo natural para nosotros. La pregunta es: ¿qué tan lejos podemos llegar en esta mezcla con la tecnología? ¿Seguimos siendo humanos una vez que reemplazamos todos nuestros órganos con prótesis, algo que se está volviendo cada vez más posible?", cuestiona.

Más que humano

La reflexión y el debate acerca del uso y las consecuencias de la aplicación de nuevas tecnologías suele correr desde atrás y en muchos casos llega tarde. "Lo que sucede es que en general los científicos no se hacen muchas preguntas éticas. En una sociedad donde rigen las leyes del mercado y la fuerza del dinero, además de ser una época que exige el perfeccionamiento del cuerpo, es evidente que la moral colectiva no acompaña para que se den este tipo de debates", opina el sociólogo Christian Ferrer.

La distinción entre tratamiento (o terapia) y mejoramiento permite echar algo de luz sobre la necesidad o no de establecer límites a la utilización de tecnología en el cuerpo humano. Para Cerqui, "se suele pensar que estas tecnologías son usadas como un tratamiento, entonces automáticamente pasan a ser 'buenas'. Pero la definición de lo que se consideraba como normal está cambiando y entonces lo que hoy se considera mejoramiento mañana será considerado tratamiento. De esta forma estamos creando nuevas necesidades".

Así, la distinción entre lo que es necesario y lo que de alguna manera sería prescindible, o hasta suntuario, se desdibuja. Ferrer plantea: "¿Cómo se le dice a una chica que no se ponga una prótesis de siliconas si ella piensa que le puede ir mejor en la vida con eso?". De la misma manera, el sociólogo advierte cierta hipocresía en la crítica de los demás corredores a las ventajas que obtiene Pistorius con sus prótesis veloces, en vista de que "todos los deportistas de alta competencia están producidos científicamente".

Sibilia se pregunta: "¿No hubo siempre, al menos a lo largo de la Era Moderna, una vocación del hombre por autotransformarse, por mejorar e incluso superar técnicamente sus límites biológicos o naturales? La respuesta es sí, pero con una importante salvedad. Hasta hace muy poco tiempo, la técnica se utilizaba para inventar prótesis que no intentaban penetrar ni redefinir el 'substrato natural' del cuerpo humano, de la vida o de la naturaleza. Hay diferencias entre una herramienta como los anteojos y una operación de córnea, por ejemplo, y mucho más todavía si pensamos en el implante de una cámara ocular".

Están quienes ven en la tecnología el medio para mejorar al ser humano y lo esgrimen como un derecho. El movimiento transhumanista, representado a nivel global por la Asociación Transhumanista Mundial (fundada por los filósofos Nick Bostrom y David Pearce), postula el derecho de los individuos a desarrollar y lograr que estén disponibles tecnologías que permitan aumentar las capacidades físicas, intelectuales y psicológicas de los seres humanos.

Pablo Stafforini se graduó en Filosofía en la Universidad de Buenos Aires, dejó la Argentina para hacer una maestría en Canadá y actualmente forma parte del Centro de Neuroética de la Universidad de Oxford, Gran Bretaña. Antes de partir, había participado de la creación de la Asociación Transhumanista Argentina. "Siempre me interesaron las ideas radicales –dice Stafforini–. Y como se trata de tecnología aplicada a la condición humana, encontré que había cosas que me interesaban." Si bien perdió contacto con el grupo que creó en la Argentina, Stafforini dice que en Oxford "hay un enfoque particularmente favorable al transhumanismo".

Esta corriente filosófica que postula que la naturaleza del hombre va a cambiar gracias al desarrollo tecnológico –el objetivo es la evolución hacia el hombre "poshumano"– ha sido atacada tanto por utópica como por sus principios éticos. "Muchas críticas vienen de los llamados bioconservadores, que básicamente consideran a las capacidades humanas como una especie de 'don' y que entonces uno no debería recurrir a la tecnología para modificarlas", argumenta Stafforini.

Para el especialista en bioética Eduardo Rivera López, profesor-investigador de la Universidad Torcuato Di Tella e investigador adjunto del Conicet, es irrelevante la discusión acerca de lo que es natural o artificial, pero sí considera que debe discutirse "si la medicina (y, en general, la tecnología) debe restringirse a ofrecer tratamientos para enfermedades o si también es lícito que sea utilizada para conseguir mejoramientos".

Según el investigador, "una preocupación importante es distributiva. Hay consenso en que los servicios básicos de la medicina curativa deben ser accesibles a todos sobre la base de la igualdad. Para lograr esto, las sociedades invierten una proporción muy importante de sus recursos. Por eso es impensable que una sociedad pudiera, además, ofrecer servicios de mejoramiento con un criterio igualitario, ya que los costos serían prohibitivos. Esto implica que la tecnología aplicada al mejoramiento sería accesible sólo para algunos, lo cual introduciría un factor de desigualdad social. Por ahora no me parece que esto sea alarmante, pero tal vez en un futuro no muy lejano pueda serlo".

Stafforini considera "muy difícil hacer una distinción entre terapia y mejoramiento. Yo no creo que en todos los casos pueda definirse una diferencia fundamental con respecto a qué se considera normal. Se supone que un tratamiento debe alcanzar ese nivel y que si lo supera estamos hablando de una mejora y entonces quizás no debería estar cubierto por un sistema de salud. Pero en la práctica no está todo tan claro".

La pregunta, entonces, vuelve a si debe establecerse alguna clase de límite al uso de la tecnología en el cuerpo humano. Stafforini sostiene que "si la tecnología permite incrementar el bienestar de las personas, no habría límites. Pero puede haber otros: el bienestar de las otras personas. Por ejemplo, si sólo unos pocos pueden acceder, el resto puede sentirse afectado".

Cerqui tiene una mirada más crítica sobre el transhumanismo y resalta la necesidad de "pensar colectivamente qué queremos para nuestro futuro, porque actualmente hay sólo una cuestión de grados entre nuestra medicina actual y el transhumanismo. Eso significa que necesitamos plantearnos límites, pero el problema es que no hay consecuencias negativas en todo esto para quienes consideran al cuerpo sólo como un recipiente".

El cuerpo perfecto

Las nuevas posibilidades que ofrece la tecnología también tienen un efecto en la consideración de las discapacidades y en cómo se ven a sí mismas las personas con alguna discapacidad. "Hay un movimiento muy importante de gente con discapacidades negando que esa condición implique algo intrínsecamente negativo –apunta Stafforini–. Si lo es, argumentan, es porque el resto no tiene esa discapacidad. Es decir, que si nadie viera, estaría mal tener visión. Yo no comparto esa idea, sobre todo cuando se traslada, por ejemplo, a casos de padres sordos que quieren tener hijos que también sean sordos".

En línea con un antropocentrismo a ultranza sostenido en el avance técnico, el aumento de la longevidad es planteado como una meta por quienes hacen de la tecnología una cuestión de fe. Stafforini está seguro de que "la mayoría de la gente diría que sí a la pregunta de vivir cinco años más y de manera más saludable. ¿Uno debe morirse para que otras personas ocupen su lugar? Yo creo que, igual que las religiones, son mecanismos de defensa para reconciliarnos con el hecho de que nos vamos a morir. Pero en la medida en que las nuevas tecnologías se desarrollen, sin dudas todos querrán vivir más".Si para los transhumanistas este proceso derivará en una suerte de especie biológica nueva, capaz de reemplazar las partes del cuerpo que ya no sirven y de monitorear la salud en todo momento a través de chips implantados bajo la piel, quizás haya que preguntarse, como lo hace Ferrer, "¿por qué se quiere perfeccionar el cuerpo? Mi respuesta es que la gente está alienada y no es feliz con su propio cuerpo. La tecnología funciona como una muleta en este caso. Pero es un fenómeno relativamente nuevo porque antes no había lugar para plantearse cosas así, se consideraba que el cuerpo estaba hecho a semejanza de Dios".

Sibilia hace un repaso de cómo fue cambiando esa percepción del cuerpo en la cultura occidental: "Si en la Edad Media la naturaleza era enigmática y misteriosa, porque correspondía a un universo sacralizado y era compatible con un tipo de hombre creado a imagen divina, a partir de los siglos XVI y XVII esa naturaleza tuvo que reconfigurarse y, respondiendo a los nuevos ritmos y exigencias de la era industrial, la naturaleza fue gradualmente desencantada y mecanizada. Pero había una creencia en algo que se consideraba 'la naturaleza humana', más allá de cuyos límites la tecnociencia no podía hacer demasiado. Pensemos en los mitos, desde Prometeo hasta Frankenstein, en todos esos casos la moraleja estaba muy clara: las fuerzas humanas no eran todopoderosas, los hombres no podían inmiscuirse en todos los ámbitos".

Desde el cuerpo heterogéneo de pensamiento que conforman las religiones, Leandro Pinkler –investigador de la Universidad de Buenos Aires, especialista en mitología y religión– explica que "no se puede decir en un sentido estricto que haya una postura unívoca del judaísmo, el cristianismo y el Islam, como religiones monoteístas, con respecto a estas discusiones. Incluso dentro del judaismo y el cristianismo pueden aparecer posiciones muy distintas: los más amplios aceptan el uso tecnológico porque la aplicación de la razón es también una capacidad que Dios otorgó al hombre, pero determinan su límite de acción según los distintos puntos de vista de cada uno". Pinkler cree que "seguramente el papa Benedicto XVI diría que ponerse una cámara en el lugar del ojo va en contra del ser humano dado que no está en la naturaleza, porque en ese caso Dios habría puesto una cámara en el ojo".

Sibilia percibe actualmente "una tendencia a desafiar los limites en las investigaciones, proyectos y descubrimientos más recientes de nuestra tecnociencia. Hay una clara vocación 'fáustica', es decir, aquella que desafía los antiguos límites de lo que se puede o de lo que se debería o no hacer, que no teme las posibles consecuencias de sus actos y pretende ir siempre más allá. Esta perspectiva no cree en la existencia de una 'naturaleza humana' que pondría barreras al accionar humano; al contrario, considera que tanto la naturaleza como la humanidad son imperfectas y siempre perfectibles, y que es posible superar todas sus limitaciones orgánicas o biológicas". Y agrega: "No se trata más de reparar algo que está roto o funciona mal, que se considera patológico bajo el horizonte de una cierta 'normalidad', sino de reprogramar humanamente algo que la naturaleza hizo imperfecto".

Cerqui pone el énfasis en la necesidad de anticiparse a los avances y de analizar qué valores están detrás. "Nos acostumbramos muy rápidamente a lo que la tecnología nos permite hacer. Y una vez que estamos acostumbrados, nos parece normal. Entonces los debates suelen centrarse en las consecuencias, una vez que estas tecnologías ya están aplicadas. Habría que preguntarse con mayor frecuencia qué clase de sociedad estamos construyendo". Read More!